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Juan Franciso García López: «El trabajo en Brasil me hizo descubrir la Biblia»

Es una persona tan ejemplar como ejemplarizante, que ha dado testimonio de vida en una misión en Brasil durante treinta y dos años, siempre al servicio de los más pobres, a los que llevó la luz, la fe, el evangelio y sobre todo un amor por el ser humano. Parece que desde muy joven su destino era ser misionero. En su formación albacetense fue obteniendo perfiles que luego han sido como resortes misioneros. El silencio de su vida es una grandeza que emociona, porque Juan Francisco García López (Balazote, 13 de noviembre 1937) ha cumplido a la perfección con la idea del Evangelio de que más bienaventurado es dar que recibir. Este albacetense lo ha dado todo.
Su padre, Paco, el del Mitrero, fue agricultor y añaguero y al igual que su madre pensaron que la mejor herencia que podían dejar a sus hijos era la educación. «Recuerdo mi etapa en el colegio de mi pueblo con un gran maestro,  don Ulpiano, de grato recuerdo. Me gustaba colaborar con la iglesia como monaguillo. Ingresé en el Seminario de Hellín y en octubre de 1953 vine al de Albacete, que estaba en construcción. El rector era José María Larrauri y tras terminar los estudios de Filosofía y Teología me ordené el 19 de junio de 1963 en la Catedral», recordó Juan Francisco García.
La primera parroquia fue en Yeste atendiendo sobre todo la zona de Tus y Moropeche. «La sierra de Albacete fue forjando mi vocación de misionero. Mucha gente se marchaba a trabajar a los Pirineos en los pinos. Yo les acompañé hasta aquella zona». De la sierra albacetense pasó a Pozo Lorente y Villavaliente. «Participamos mucho en el movimiento rural, trabajando con los emigrantes temporeros que se iban a Francia a la vendimia. Logramos que el pasaporte se hiciera en el pueblo, que nadie se marchara sin un contrato de trabajo y que el transporte fuera directo».
Luego otra parroquia, Tobarra, que emparejó a nuevas y provechosas experiencias desde 1972 a 1980. «Trabajamos mucho la religiosidad de la famosa Semana Santa tobarreña y lo comunitario en la labor con las familias y los catequistas». Fue decisivo el paso por el Instituto español de Misiones Extranjeras donde hizo un curso de preparación, lo que unido a su experiencia anterior en Santo Domingo, fue el impulso para pedirle al obispo su autorización para trabajar de misionero en América.
El destino fue Bahía en Brasil, un mundo tan distinto como distante al suyo. «Era un país muy grande en extensión, en distancia, con viajes a veces de cincuenta horas de autobús. Otro concepto que define a Brasil es la mixtura de razas y culturas, de contradicciones: muy rico y muy pobre en muy poca distancia. Es además un pueblo muy abierto a los demás. Estuve en esta misión treinta y dos años de mi vida en lugares de mucha pobreza como en Castroalves. Ayudamos en la formación de los jóvenes, construimos escuelas, que servían también de capillas y lugares de reunión. Nuestros ejes de acción se basaban en dos palabras: unidad y organización, siempre por los cauces de la fe cristiana y la vida forjada en un compromiso con el dolor, las carencias, los sufrimientos de los demás».
Tras diez años regresó a Albacete por un problema de salud, del que tuvo que ser intervenido en un hospital  murciano, siendo destinado más tarde a las parroquias de Mahora, Navas de Jorquera, Cenizate, Villamalea en 1992 y en una etapa posterior en la comunidad Incontro en Mora de Tobarra. «Volví a Brasil a Feria de Santana, que tenía 600.000 habitantes. Estuve en un barrio periférico trabajando con comunidades de base y posteriormente a Pernambuco en Petrolina durante diez años. He tenido la suerte de conocer en Brasil obispos del estilo, talante y actitudes pastorales del papa Francisco. Estuve en un barrio con todas las carencias imaginables, sin agua, sin escuela, con condiciones sanitarias muy malas. Pobreza y miseria, que hemos ayudado a reducir. Brasil me ha marcado mi vida, una conversión por la que afiancé mi descubrimiento de la Biblia, me ha hecho más humano, acogedor y cercano». Volvió a Albacete al cumplir setenta y cinco años y ahora colabora con la parroquia San Pablo, es consiliario diocesano de vida ascendente con una importante labor en Albacete con las personas mayores, ayuda en Cáritas y en el Cotolengo.
Es feliz pensando que su semilla ha tenido fruto allá en la zona de  Brasil donde ha trabajado teniendo como «referencia siempre a Jesús de Nazaret y la matemática de Dios centrada en la idea de que cuanto más das, más tienes».
Juan Francisco García López constata con su abnegada vida esta idea de William Jones: «el gran uso de la vida es invertirla en algo que durará toda la eternidad». Si es cierto que la grandeza de una persona se puede manifestar en los grandes momentos,  es mayor cuando se realiza en los instantes cotidianos. Esos que este misionero ha vivido con generosidad extrema en el Brasil de su alma y su corazón.